LA COSTUMBRE DE SUBIR AL CASTILLO EL DÍA DE SAN CLEMENTE
Como todas las mañanas del día de San Clemente he subido al Castillo, como me enseñaron mis padres cuando era niño. Recuerdo la empinada puerta a la que se llegaba por la zigzagueante rampa, ahora inutilizada, y al entrar al Castillo recuerdo mirar la arruinada ermita de San Clemente. También recuerdo cuando nos acercábamos a un alto muro de tapia que luego supe que se llamaba Espaldón y que era la muralla que dividía la fortaleza durante época andalusí en dos partes. Al píe de esta muralla se solía poner la imagen de la Virgen de las Huertas que se subía en procesión al Castillo y si desde allí mirabas hacia arriba, veías la alta e impresionante torre Alfonsina.
Por todo el Castillo habían grupos sentados sobre los roquedos o en el suelo, llevaban cestas y mochilas con la comida donde no solían faltar las castañas, la torta de pimentón y la tortilla de patatas. Recuerdo que después de comer mi padre nos contaba historias del Castillo: de cuando se cayó un niño al aljibe de la torre del Espolón, de cuando era novio de mi madre y subían con los amigos el día de San Clemente, de las fotografías que hizo con su primera cámara en el Castillo, pero la historia que más nos gustaba escuchar, era cuando relataba como se rindió el gobernador moro de Lorca tras el asedio de las tropas castellanas al mando del infante Alfonso en el día de San Clemente.
Tuvieron que pasar varios años para que me enterara que la capitulación no fue el 23 de noviembre, sino el 28 de junio de 1244. También que el campamento de las tropas castellanas no se instaló en la Virgen de las Huertas, sino en algún punto junto al cauce del río Guadalentín cercano al principal camino que comunicaba Lorca con los Vélez.
Tanto la leyenda como la realidad de está historia me siguen pareciendo fascinantes y seguiré subiendo al Castillo en el día de San Clemente.