OLOR A MARRANO (COSA PROHIBIDA) por Antonio de Cayetano.
En estos días se celebra un año más la SEPOR, la feria ganadera que ya va por su 50 edición, estando por este motivo más presente que nunca en todos los medios de comunicación. Medios donde políticos, organización y profesionales del sector, se congratulan de la trayectoria de esta muestra a lo largo de sus cincuenta años de vida, ya que aunque comenzó en 1.968 como I Semana Provincial del Cerdo, fue un año antes cuando inició su andadura, celebrándose una exposición agrícola-ganadera organizada por los veterinarios, ganaderos y comerciantes locales del sector. Feria que no contó con la presencia de ganado en vivo como se pretendía, debido a la epidemia de peste porcina africana. Una enfermedad de origen vírico, que había llegado a nuestro país al comienzo de aquella década y que estaba afectando gravemente a la cabaña porcina.
Tampoco se pudo contar con la presencia de animales en 1.975, cuando el certamen ya había pasado las fronteras provinciales y llevaba cuatro años como Semana Porcina del Sureste. Hecho que motivó que en cada edición, estuviesen presentes los pabellones representativos de las provincias de Albacete, Alicante y Almería, además del de Murcia, dándole así un atractivo más a la feria, a la que también se le incorporaron degustaciones y actuaciones folclóricas. En 1.976 el certamen alcanzó carácter nacional, cambiando su nombre a Semana Nacional de Ganado Porcino, aunque desde 1.999 no solo está dedicado al sector porcino, sino que también abarca otras actividades pecuarias como la avícola, bobino, caprino, vacuno y ovino. Desapareciendo ya en 2.011 lo de Semana Nacional de Ganado Porcino y llamándose desde entonces Feria Ganadera, Industrial y Agroalimentaria, pero manteniendo el sobrenombre de SEPOR que es como se le conoce nacional e internacionalmente, aunque aquí hay quien la conoce desde sus orígenes como la “feria del chino” y por mucho que se quiera cambiar el nombre, con este seguirán.
Durante todos estos años SEPOR ha servido para la modernización del sector porcino, seleccionando razas, previniendo enfermedades y desarrollando estrategias para mejorar su rendimiento. Se han realizado simposios y congresos y se han llevando a cabo jornadas monográficas sobre los diferentes temas que afectan al ganadero. Igualmente durante este tiempo se han convocado concursos, se han entregado distinciones y se han hecho homenajes a las personas que se han destacado en pro de la feria o del sector pecuario. También se ha conseguido mejorar en parte las condiciones de vida de los cerdos, su transporte al matadero y la forma de ejecutarlos, así como la recuperación del Chato Murciano, la raza que se perdió precisamente en la década en que la feria daba sus primeros pasos. Pero sin embargo, poco se ha hecho para solucionar el problema insostenible que causan las explotaciones porcinas en la huerta de Lorca, con la alteración de la calidad de vida de los lugares donde se asientan, al ser incompatibles las grandes granjas de hoy con las viviendas de uso residencial, un problema que ha ido creciendo al tiempo que lo ha hecho el sector.
Porque si que la actividad pecuaria es fundamental para la economía y subsistencia de nuestras pedanías, pero de una forma controlada, siendo respetuosa y compatible con la vida del resto de ciudadanos, vida que como digo se ve alterada por la contaminación ambiental que produce esta actividad. Pues no se entiende que mientras las explotaciones han ido creciendo y modernizándose en busca de una mayor rentabilidad, no se haya ido buscando también su sostenibilidad ambiental, encontrando una perfecta armonía entre el uso ganadero y el residencial. Y más en una huerta tan singular como la nuestra, donde se entremezclan las viviendas de todo tipo con la actividad agropecuaria, una actividad que tiene sus derechos, pero no a costa de los de los demás, colocándonos grandes granjas porcinas y balsas de purines a escasos metros de nuestras viviendas. Cosa que incomprensiblemente se les permite en nuestro municipio, cuando en otras localidades limítrofes con mucha menor población en su huerta, la distancia que deben de dejar estas explotaciones ganaderas es 100 veces más de lo que se exige en Lorca.
A mediados del siglo pasado era muy habitual que cada familia de la huerta tuviese su marranera, habitáculo donde se criaba alguna madre para vender luego sus lechones o para cebar el cochino que se guardaba para la matanza. También estaban los cebaderos, pero de un tamaño moderado, siendo el estiércol que se generaba utilizado para abonar la tierra de la misma finca donde se encontraba la explotación porcina, ya que la agricultura y la ganadería iban muy ligadas, formando parte de la tarea diaria de la gente de la huerta y del mismo circulo productivo. Pues los cerdos se criaban con los desperdicios de la casa y lo que producía la tierra, siendo la alfalfa, la cebada, los higos o las calabazas marraneras (conocidas por este nombre porque se cultivaban expresamente para los marranos), el alimento básico de los cerdos, volviendo de nuevo todo a la tierra en forma de abono y comenzando así un nuevo ciclo.
Pero hoy es todo diferente, apenas existen explotaciones familiares, los pequeños cebaderos le han dado el relevo a las grandes granjas, a la industria intensiva, siendo ahora un problema el exceso de residuos que estas granjas generan, al haber más producción de purines que nuestros campos pueden absorber, aparte de haber una normativa medioambiental europea que restringe la cantidad de excrementos que se pueden verter a la tierra. Hoy las explotaciones porcinas son limpiadas con agua a presión, lo que sin duda mejora sus condiciones higiénicas, pero por otra parte hace que se licue el estiércol, convirtiéndolo ahora en purín, que no es otra cosa que los restos de alimentos, defecaciones, orines y agua, siendo el agua el 95% de su contenido y la causante de su mayor problemática y rechazo por los problemas que causan al medio ambiente, al contaminar el suelo, los acuíferos y el aire. Aire que se ve afectado por la emanación del dióxido de carbono y del metano, así como por los malos olores que causan los gases tóxicos como el amoniaco y el sulfhídrico que también desprenden están explotaciones porcinas.
La verdad es que el cerdo ha sido siempre un animal polémico, pues mientras en nuestra cultura nos gusta hasta sus andares, aprovechándose todo de él gastronómicamente hablando y siendo genéticamente lo más parecido a los humanos, razón por la cual están cada vez más cerca de ser una fuente inagotable para el trasplante de órganos, contribuyendo ya a la fabricación de válvulas cardiacas, insulina y medicamentos hormonales, aparte de ponerse de moda también como mascotas. Para los judíos y musulmanes es un animal completamente vedado, al que se le detecta y se le tiene repugnancia. Aunque sin un motivo justificado, solo por tradición y cultura, porque en el libro sagrado del Levítico se dice que solo se comerá carne de todo animal de casco partido y pezuña hundida y que rumia. Y claro, como el cerdo no es un animal rumiante, pues se le tiene por cosa prohibida, que es precisamente lo que significa “marrano”, el nombre por el que también se le conoce, un vocablo que proviene del árabe “muharram” o “moharrana”. Pero no solo a los cerdos se les llama marranos, igualmente a los judíos conversos que seguían practicando su religión en España se les llamó así, ya que también era cosa entonces prohibida.
También es conocido el cerdo por cochino, chino, gorrino o puerco, siendo esta última denominación con la que se nombraba al cerdo en la Lorca del final del Medievo y a lo largo de la Edad Moderna. Haciendo mención al puerco varias de las ordenanzas que durante esa época se dictaron en nuestra ciudad, normas que regulaban el comportamiento ciudadano y que se recogieron luego en una publicación editada en Granada en 1.713. Deduciéndose de la lectura de estas Ordenanzas de Lorca, que ya el puerco era motivo de conflictos vecinales en aquel tiempo, estableciéndose la prohibición de que los puercos entrasen en huertas lindantes, bajo pena de 10 maravedíes y el pago de los daños causados por parte del dueño del animal. También se prohibía en otras ordenanzas, la estancia de puercos y gallinas en las calles céntricas de la ciudad, que bebiesen en las pilas de los aljibes, que entrasen en las eras, o que pisaran los barbechos cuatro días después de haber llovido. En otras se decía que los molineros no podían tener puercos en el molino, como tampoco podían estar en mesones o ventas. Igualmente se les prohibía permanecer en los quijeros de las acequias mayores por el deterioro que producían en estos taludes de tierra.
Asimismo se prohibía que al circular por la calle los puercos, estos entrasen en viviendas, huertos o acequias y que en caso de hacerlo, se les multara con 300 maravedíes por puerco o que se les matase libremente, entregando entonces la mitad del animal para el hospital de los pobres o para la cárcel y la otra mitad para el que lo capturase. Como vemos, la cría del cerdo ya provocaba problemas siglos atrás, por lo que hubo que implantar unas normas de convivencia, normas que entonces si se cumplían, porque entre otros motivos, las penas que se imponían eran a tres partes, cobrando una parte el juez, otra el municipio y la otra el denunciante, estando así cualquiera de las partes motivada para denunciar y hacerlas cumplir. Hoy se legisla mucho, se hacen muchas leyes y normas, pero poco se controla que estas se cumplan. Como tampoco nuestros dirigentes se interesan demasiado en solucionar los asuntos que preocupan a la ciudadanía, siendo por otra parte muy permisivos con el sector porcino que hoy nos ocupa.
Y es que el pez gordo siempre se ha comido al chico, el poder y la influencia de los grandes sigue existiendo y más en un sector en el cada vez hay menos granjas pero más cerdos, lo que significa que estamos ante un mercado copado por los cuatro grandes, por las industrias cárnicas y los fabricantes de piensos que son los dueños y señores de las explotaciones porcinas. Cada vez hay menos granjas familiares, hoy el mercado está en manos de grandes empresas con macro explotaciones de miles de cabezas de ganado, bien en propiedad o por el sistema de integración. Un método por el que el ganadero aporta la granja, la mano de obra y la gestión de residuos, mientras que el industrial se encarga de la alimentación, la parte sanitaria y el trasporte de los cerdos. Pero como en todos los acuerdos, siempre hay una parte débil, siendo aquí la cuerda floja el ganadero, que es a quien le toca la gestión de los residuos que se producen. Unas defecaciones que se cuantifican entre cuatro y siete litros de purín por cerdo, lo que supone que una granja de 5.000 animales produce tantos residuos fecales como una ciudad de 50.000 habitantes. Residuos que en muchos casos no son tratados como corresponde y son esparcidos en balsas ilegales con la consiguiente contaminación.
Atrás quedaron aquellas plantas de tratamiento y cogeneración energética, unas plantas que quemaban gas natural para secar térmicamente el purín y que con el calor residual de la combustión generaban energía eléctrica. Unas plantas que cerraron en 2.014 por la decisión del gobierno del PP de recortar las ayudas que recibían, viéndose afectadas las 29 plantas de este tipo que había en nuestro país, tres en la región de Murcia y dos de ellas en nuestro municipio, en las pedanías de Tercia e Hinojar, las cuales cesaron su actividad en el mes de febrero de aquel año, dejando sin tratamiento casi 200.000 toneladas de residuos orgánicos al año. Luego tras una sentencia del Tribunal Supremo que anulaba la orden ministerial, han reiniciado algunas su actividad, entre ellas la de Hinojar que lleva ya unos meses funcionando, pero parece que por poco tiempo, ya que otra decisión del gobierno de Rajoy, reduce su tiempo de vida de 25 a 15 años, por lo que si no hay ninguna moratoria, pronto volverá a cerrar sus puertas dejando de tratar de nuevo miles de toneladas de purines. Plantas que también causaban molestias, pues un informe del SEPRONA de la Guardia Civil fechado en enero de 2.008, atribuyó los episodios de mal olor que cada cierto tiempo había en Lorca, al deficiente funcionamiento de estas plantas de cogeneración.
Pero un problema que terminó por solucionarse, como solución también tiene los purines en la actualidad. Es cosa de proponérselo, de invertir en ello, de implicar a las grandes empresas del sector cárnico, unas empresas que tienen unos excelentes resultados y a las que se debería de obligar a la sostenibilidad ambiental, que no caiga todo sobre el más débil como antes decía, pues son costes que difícilmente puede asumir el ganadero. En Europa son miles las plantas de biogás que están en marcha alimentadas por purines, un proceso de cogeneración que también se podría imponer aquí, siendo según los expertos, la solución más idónea para la eliminación de los purines. Pero para ello hay que legislar más sobre el tema, endureciendo las leyes medioambientales y exigiendo que estas se cumplan. Lo que no puede ser, es que España se convierta en el país de la Unión Europea con mayor censo porcino, mientras disminuye en Alemania, Dinamarca u Holanda, donde la legislación es más exigente, trasladándose ahora muchas de sus explotaciones a nuestro país. Como tampoco puede ser, que en nuestro municipio se pueda abrir una granja porcina, una balsa de purines o un depósito de cadáveres de ganado, a solo cinco metros de la finca colindante.
Hoy comunidades y ayuntamientos se están dando cuenta de la problemática y para compatibilizar el uso ganadero y el residencial están regulando las actividades pecuarias, doblando las distancias mínimas que hasta ahora se exigían. Cosa a la que se ha sumado también nuestro AyuntaMIENTO, pero no por voluntad propia, sino obligado por las protestas vecinales, creando una comisión municipal para la conciliación de la huerta, comisión que anuncio en noviembre del pasado año unas propuestas “pioneras” según nuestros dirigentes, siendo una de las decisiones adoptadas, TRIPLICAR LA DISTANCIA exigida entre explotaciones porcinas y viviendas. Sin duda un buen titular de prensa, pero una burla o tomadura de pelo para los vecinos afectados por la contaminación de estas granjas. Pues el triple de 5 es 15, a 15 metros de una vivienda es la gran novedad que proponen para atajar el problema, lo que tiene de ANCHURA la avenida Juan Carlos I es lo que pretenden que haya de separación entre una explotación porcina de 2.000 cerdos y una vivienda de uso residencial, un verdadero disparate en pleno siglo XXI, una insensatez que no se le hubiese ocurrido si al que asó la manteca.
Otros ayuntamientos limítrofes al nuestro sí que están haciendo los deberes, buscando la calidad de vida de sus conciudadanos, como es el caso de Caravaca de la Cruz, que en 2.013 aprobó una ordenanza reguladora de las actividades pecuarias en la que situaba las explotaciones porcinas a más de 5.000 metros del núcleo urbano de la ciudad y a más de 2.000 metros del suelo urbano de las pedanías, siendo de 1.000 metros la distancia establecida a viviendas aisladas, establecimientos hosteleros o cualquier otro inmueble dado de alta en el IBI. También el ayuntamiento de Mula con el fin de compatibilizar el uso ganadero y el residencial, modificó su plan general el pasado año, exigiendo una distancia mínima de 500 metros entre cualquier explotación ganadera sea del tipo que sea y una vivienda unifamiliar aislada, la mitad de distancia de lo aprobado por el consistorio caravaqueño, pero 33 veces más de lo que se quiere imponer en nuestro municipio.
Cuando la huerta de Lorca está mucho más poblada que la de estas localidades, pues de los 92.000 habitantes que tiene Lorca, 38.000 residen en las pedanías, lo que supone más del 40% de la población censada en nuestro municipio, mientras que los residentes en las pedanías de las poblaciones citadas, no llegan al 20% de su población. Esperemos que se imponga la cordura y que nuestro AyuntaMIENTO recapacite, pues vivir a 15 metros de distancia de una granja o una balsa de purines es incompatible con la mínima calidad de vida, además de que mantener esta distancia que ahora se propone, implicaría que nuestro municipio se convirtiese en un foco de atracción para las macro explotaciones porcinas que nadie quiere. Creo que 1.000 metros de separación entre una granja porcina y una vivienda residencial sería lo más aconsejable para la peculiar huerta lorquina, ya que el purín como se sabe, de puro tiene bien poco.
Pero nuestro término municipal es muy grande, con grandes extensiones improductivas, por lo que quizá se podría ir pensando en localizar en ellas polígonos ganaderos, estudiando los vientos dominantes para que no afecten a núcleos de población y dotándolos de todo tipo de servicios, al igual que se hace con los polígonos industriales. Quizá que así, alejándolos de los lugares poblados la incidencia de esta actividad seria menor y al mismo tiempo más eficaz la gestión de sus residuos, al poder concentrarse todo en el mismo lugar, pudiendo incluso formar parte de un mismo ciclo con el consiguiente ahorro de agua, energía y transporte.